Cada octubre, millones de personas buscan sentir miedo.
Las plataformas de streaming destacan lo más perturbador, las marcas se visten de Halloween y las emociones extremas dominan la conversación.
Pero… ¿por qué disfrutamos tanto asustarnos?
La respuesta está en el cerebro, y el neuromarketing lo explica a detalle.

El cerebro disfruta del miedo (cuando sabe que está a salvo)
El miedo es una emoción primaria, gestionada por el sistema límbico, especialmente por la amígdala cerebral.
Cuando sentimos miedo real, nuestro cuerpo reacciona con alerta y tensión.
Pero cuando el entorno es seguro —una película, una atracción, un videojuego—el cerebro interpreta la amenaza como un riesgo controlado.
Ese “miedo sin peligro” libera dopamina y adrenalina, generando placer.
Por eso los fanáticos del cine de terror disfrutan la experiencia: su cerebro busca sensaciones intensas, una mezcla adictiva de miedo y alivio.
El miedo capta atención y deja huella
Desde el punto de vista del neuromarketing, el miedo tiene un poder excepcional:
rompe patrones perceptuales, despierta curiosidad y fija recuerdos emocionales.
El sobresalto, la sorpresa o la tensión activan los circuitos de atención del cerebro y fortalecen la memoria implícita.
Por eso, las experiencias de miedo —aunque ficticias— son inolvidables.
La Neuropirámide de Romano: del susto a la emoción
El modelo de la Neuropirámide de Romano explica cómo el miedo impacta principalmente en tres procesos cerebrales:
- Atención/Reacción: el estímulo inicial captura atención.
- Emoción: se genera excitación y placer.
- Razón / Cognición: el cerebro busca sentido a la experiencia.
El terror se mueve con fuerza en los tres primeros niveles de la Neuropirámide, donde ocurren las decisiones más rápidas y emocionales.
Ahí radica su poder: impacta antes de que pensemos.

Del cine a las marcas
El éxito del género de terror enseña algo valioso a las marcas:
las emociones intensas son memorables.
Netflix, Universal Studios o Burger King han usado el miedo simbólico —la sorpresa, el misterio, la anticipación— para crear campañas inmersivas y conversaciones virales.
El objetivo no es asustar al consumidor, sino activar su emoción y atención.
Porque cuando el sistema límbico despierta… el recuerdo se queda.

Conclusión.
El fanatismo por el terror no es casualidad: es neurociencia.
El miedo, vivido en un contexto seguro, estimula, entretiene y conecta.
Y esa es una lección clave para el marketing emocional:
👉 no hay conexión sin emoción, ni emoción sin memoria.
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